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miércoles, 25 de enero de 2012

CATADURA


Un tramo de la carretera principal está cortado por la fuerza de la reciente tormenta y las ramas tronchadas de los árboles descansan desordenadas en medio de la vía. Los peatones contemplan asombrados la fiereza del vendaval y susurran entre ellos mientras sortean los obstáculos con los que aleatoriamente se van encontrando a su paso.
En una terraza, un hombre de mediana edad, Solend, corta estatura, larga barba cuidadosamente recortada en forma ovalada y gruesas lentes, lee el periódico dominical. Algo captura su atención y extiende su pequeño brazo, de derecha a izquierda y suspirando largamente cae, lánguido, al suelo.
Una adolescente, Hinga, de mirada fugaz, sonríe a su amiga Petra, quién con una mueca de sorpresa, prendida su cabellera en una trenza gruesa, adornada por un lazo carmín, escucha un relato que se le antoja, como poco, inverosímil.
Los trazos afectados del artista callejero, Juren, estampan frescura, en el retrato de un rostro francamente anodino. Pareciera un reclamo a la sencillez y la espontaneidad que no asoma de ningún otro modo, en esa efigie humana.
El talante del quiosquero, Karl, pudiera parecer rudo, no siéndolo en verdad. La manera en que, obsesivamente, gusta devolver el cambio, siempre en el mismo orden, de moneda grande a pequeña, sin importar la prisa del cliente o la charla de la anciana Lutecia, del joven enamoradizo Golan, ni tan sólo de su gruesa hermana Freda quién viene a explicarle, con pelos y señales, salchicha de perdiz en mano, cómo, Sacha la ha ignorado burdamente, supone una rotunda provocación aunque él no perciba tal consecuencia.
El pueblo ha sido sacudido no sólo por la inclemencia meteorológica, también una serie de desventuras ha agitado la tranquila localidad costera de Kusenem, colindante con Grutto con la que comparte un pequeño pedazo de tierra extensamente debatido entre unos y otros habitantes para averiguar a qué territorio pertenece.  
El mencionado lugar, temporalmente, recibe el nombre de Askalon. Dicen los Gruttones que el modo particular en que sus perros ladean la cabeza para señalar al norte con sus hocicos es la prueba definitiva para demostrar que Grutto es la madre natural de esa pequeña tierra de nadie.
Kusenem se chanza de la mala fortuna de los pobladores nativos de Grutto -a quienes considera ingenuos convencidos de ser patrones del famoso feudo huérfano-, además de por el ya nombrado dominio, del que los Kusenemungos se saben terratenientes, por el olor de las cabelleras de sus mujeres.
Todas ellas, sin excepción, los lunes que, entre las 12 y las 13 horas, llueva torrencialmente, sueltan sus melenas al viento y dejan que la lluvia empape sus pelambres, sin más.
El poderoso perfume que desprenden sus mozas ha sido siempre motivo de chanza para los Kusenemungos y de eso, los Gruttones no han querido hablar nunca, por motivos que huelga mencionar aquí (o en cualquier lugar).   
Solend, caído y renacido de su desmayo, como por obra de un milagro, se afana en buscar a Freda, sabiéndola en amor por otro hombre. Es preciso que ésta sea conocedora, al fin, de lo que tanto tiempo ha mantenido mudo.
Al mismo tiempo en que Solend se restaura de su vahído, Lutecia, indignada por el reciente desaire recibido en el puesto de Karl, busca con una mueca enrarecida a su querida nieta Hinga.    
No sabemos con seguridad si la inmediata descortesía de Karl guarda relación alguna con la procedencia diversa del mismo con respecto de Lutecia (cariñosamente apodada Luta por sus allegados más próximos).
Ésta, es hija de Kusenem y orgullosa y complacida por ser conciudadana de dicho pueblo hace ya años elabora una tarta de galletas amargas con ortigas dulces –conocida como Tarta Kulanda- que hace las delicias de unos y otros.
Luta ha guardado silenciosamente la receta desde que su madre se la transmitiese a ésta a quién le fue dada por la anciana Kulanda –primera pastelera del pueblo-. Dicen los Gruttones que los Kusenemungos no aprecian la riqueza y exquisitez de sus cocinas mientras que en Grutto aborrecen la Tarta Kulanda y otras especialidades de Kusenem.
La cercana arribada de la época estival a las poblaciones de Kusenem y Grutto promete ser motivo de paz entre los moradores, quienes, poco a poco, parecen ir apercibiendo que no van a vivir un verano corriente y, como prueba de ello, los novísimos bisbiseos entre Petra e Hinga.
Si hubiesen conocido cuánto les cambiaría aquél estío, tal vez hoy, Golan corriese dispar destino.
Furibunda y molesta por…, ni ella misma sabe realmente el motivo,… Freda redacta una carta al mismísimo alcalde de Kusenem, tamaño es su supuesto acaloro por el ultraje recibido a manos de Sacha, su bohemio vecino.    
El contenido de la misiva es puesto inmediatamente en conocimiento de Sacha junto con una multa que debe ser pagada a la brevedad; cinco días de trabajo comunitario en el mantenimiento de Askalon.  
La vegetación de las tierras en sendos parajes es frondosa, colmada de frutos silvestres y múltiples bosques de flora poco común. Alteraciones en la génesis botánica han llevado a  aumentar la carnosidad de las ramas y de entre la espesura surge, diminuta, una florecilla.
De tonos ocre y azulado, abre sus pétalos ovalados al atardecer, cosa poco corriente, teniendo en cuenta que, a esas horas, desde que existe el tiempo no es apreciable la presencia ni de plantas, ni de animales.
Se sabrá, tiempo después, que Sacha es un gran aficionado a la lectura fantástica y que, aquellos fatídicos días, en horas muertas, bajo el fructífero peral de Askalon, tomaba hoja y papel y escribía hasta el anochecer. Por algún motivo, Sacha, colocaba, metódicamente, sus escritos doblados haciendo cuatro pliegues asimétricos, bajo una piedra grisácea, pensaba él que a buen recaudo, desconociendo que Freda acudía, silenciosamente, cada ocaso a leer un nuevo fascículo de los escritos de quién en su día la ofende sin tregua y ahora tanto la entretiene, sin éste imaginarlo, con sus palabras.
Askalon no resulta precisamente el entorno preferido de Golan, más bien todo lo contrario, le atormentan la humedad y posibilidad de descanso que allí se respiran y la idea, eso por encima de cualquier otra cosa, de que pueda generarse discusión alguna entre sus congéneres, por un insignificante pedacito de mundo.
Una de las más grandes aventuras que viene emprendiendo Golan es la de recorrer a nado las costas de Grutto y Kusenem y ésta, resulta ser la originaria de sus inéditas hazañas, secretamente inspiradoras de las historias que Sacha escribe.
En su preparación cotidiana, en la madrugada, siempre después de realizar una serie de ejercicios preparatorios y beber  zumo de pitahaya, que consigue comprar en lata, en la tienda de conservas del pueblo, entona una curiosa melodía. Musicalmente no es ninguna maravilla pero le otorga valor y energía, máximas desde las que se siente capaz de casi todo. Aunque esa característica es general en todo aquello que Golan emprende.
Askalon, posee la peculiaridad de estar conectada, a través de un riachuelo que se mece bajo el peral custodio secreto del prolífico prosista Sacha, con el Mar Furbund, vigía de día y de noche de las poblaciones de Kusenem y Grutto.
Las corrientes de dicho líquido elemento son rápidas, bidireccionales, transportan bancos de peces multicolores y muy de vez en cuando, mechones de pelo de alguna muchacha que no ha querido darle sino a la lluvia manto donde posar sus gruesas gotas salvajes con tamaño ahínco que del peso de tanto agua se ha desprendido alguna vez, más de un  bucle.
Zafias son las risas de las mozas Gruttonas al ver arribar a Golan, jadeante, tras su nado. Gastado el aliento de éste, erizadas las muecas sonrientes de las muchachas, de soslayo, el bañista atisba con rapidez una vía de escape y salvaguarda a lo que teme puede depararle un encuentro con éstas.
Askalon aparece en su campo visual como el destino que ha de liberarle de las mancebas seguidoras.
De un salto acrobático, aprendido en sus prácticas diarias de nado y preparación para su rápida y desapercibida inmersión en las aguas medias del Mar Furbund, Golan endurece su mueca, antes relajada y abierta, para, implorando a sus piernas, agilidad y destreza, adentrarse ahora en Askalon.
Refugio de ningún modo intuido antes, Askalon y su peral conceden a Golan respiro y un momento de quietud. Raudamente se apresta y, sacudiéndose las hojarascas del pecho descubierto, se tropieza con un fajo de cartas.
Los escritos de Sacha, doblados, sabemos que haciendo cuatro pliegues asimétricos, quedaron anoche parcialmente descubiertos, asomando desde la piedra grisácea, casi cómo implorando ser encontrados y leídos.
Freda no alcanzó, presa del pánico al creer oír un ruido entre la espesura –en realidad sólo su propia ventosidad- a devolverlos a su cuna pétrea, en la misma metódica forma y manera que lo haría el cronista y temporal custodio de Askalon. Freda anhela que éste prosiga escribiendo en la ignorancia –de eso está ella erróneamente convencida- de que quién lo acusó por sus palabras, ahora las aguarda al anochecer.
Tamaña es la sorpresa del único bañista del Mar Furbund, cuando, fruto de su traspié, descubre las narraciones dónde los pueblos de Grutto y Kusenem son referidos como uno solo y él mismo cómo aquél que debe devolver lo que ahora es separado a su unidad.
Lanza los papeles al suelo, enfurecido con la lectura de tamaña ridiculez, ¿él, que rebaja Askalon a la categoría de pedazo salpicado de selva?, ¿él, que sólo se ha adentrado en ese maleza para eludir las manos de las Gruttonas adolescentes?, ¿él, que no recuerda, de facto, haberse presentado nunca antes frente al peral?, ¿él, que ante el silencio que promete lentitud y paz, se afana por hacer ruido y generar acción?, ¿él, precisamente él debe intervenir por devolver a Askalon a su cuna original?.
Sin apreciarlo, sus pies llevándole adelante, Golan ha ido y venido de Askalon a la casa de Sacha, por lo menos ya, cinco, si no seis veces. No parece que, ni la lluvia, ni el viento le preocupen, ni tan siquiera que un grupo ingente de vecinos le siga preguntándose los unos a los otros qué está sucediendo.
Una hora sucede a la otra. La multitud se dispersa. Golan ladea el rostro, se amasa el pelo poseído por un automatismo del que no da cuenta. Sacha está obligado a darle una explicación, inmediatamente.
En su murmurar angustiado e ido, no aprecia que las luces de la casa de Sacha, aun siendo de noche, están apagadas y sacude la puerta. Una, dos, veinte veces escucha su propio repicar en el portón. No hay respuesta. Se sienta, se levanta, de nuevo camina y al fin, en una esquina, se acuesta. Duerme.
El sueño de Golan se engulle de una sola vez dos días con sus noches. Nada lo ha despertado, ni Juren al colocar el caballete y sus pinturas a su lado y pasar una jornada retratándole en su quietud imposible. Tampoco Solend quien, absorto por la lectura tropieza con su pierna estirada en mitad del paso y lanza un gemido de dolor al torcerse el tobillo. Menos todavía Hinga y Petra engullendo vidas ajenas en sus hipótesis y charla de decibelios prohibidos.
Golan se ha desaparecido en su anhelo por entender.
Askalon y su peral restan a merced del destino, si a ellos debe referir ahora el que escribe.
Mientras, el flequillo de Freda, atusado por los brotes de la próspera Askalon, ha dejado los saltones ojos claros de ésta, esta noche,  al descubierto y tasando las piedras minuciosamente, gruñe con gran sorpresa al no hallar las cartas dónde acostumbran.
Comienza una carrera desordenada, el levantamiento de los pétreos escoltas de lo escrito no da fruto, los papeles han desaparecido, se han esfumado como por arte de magia piensa Freda. Al segundo pierde la compostura y arremangada sale despavorida de Askalon en busca de Sacha.
Al amparo de la noche, Furbund se agita y un reflujo de agua turbia, como si el mar padeciese de soberana indigestión, encharca el peral de Askalon. La caravana de peces sollozantes, faltados de aire, así, expuestos a la intemperie, sin esa masa acuosa que los columpia, se apresta por devolverse al agua. En vano ondean los peces sus aletas. Solo aguarda lo peor.
Hostigado por la idea de un descubrimiento incómodo Golan no cesa de soñar, una pesadilla a otra precede y pareciese que el sostener lo que sabe ahora le demanda de una acción para la que debe prepararse aunque no quiere despertar. Sacha dirá de él en aquellos días que se produjo una transformación semejante al repentino brotar de la flor en la espesura a unas horas, en Askalon, no acostumbradas.
  .................. TO BE CONTINUED ..................... CdB

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Estoy en ello, va despacito, en catadura 2 se desprendió un pedazo de historia más...

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